Éxodo 20:17
»No codiciarás la casa de tu prójimo: no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su buey, ni su burro, ni ninguna otra cosa que le pertenezca.
Hoy nos toca hablar sobre la codiciosa. Sin duda, en algún momento todos hemos deseado algo que sabemos que no nos pertenece.
La codicia es un deseo excesivo por poseer alguna cosa que creemos nos dará bienestar, a pesar de saber que no es nuestro.
El Señor habla acá de que no debemos codiciar las cosas de nuestro prójimo. Ni su mujer, ni su criada ni siquiera sus animales. La razón es que cuando caemos en ese pecado, primero mostramos insatisfacción con lo que Dios nos ha dado. Luego revelamos falta de amor hacia nuestro prójimo porque no pensamos en el daño que le puede causar las decisiones que tomemos.
En el capítulo 11 del libro de Números vemos un escenario en el que pueblo se queja contra Dios porque no se sentían satisfechos con lo que el Señor había hecho. Ellos deseaban la comida que tenían en Egipto, y menospreciaron el alimento que venía del cielo, el Maná.
El Señor les envió codornices del mar y las dejó sobre el campamento. El que menos recogió, se llevó 10 montones de codornices. Pero debido al mal corazón del pueblo fueron heridos por una plaga, como castigo por su necedad.
Otro ejemplo de las consecuencias de la codicia es el rey David. En una época en el que los reyes iban a la guerra, él se quedó. Un día vio una mujer hermosa y la deseó excesivamente hasta consumar ese deseo. ( 2 Samuel 11:1-5).
Para encubrir su pecado, David ingenió un plan. Pero en lugar de arreglar la situación, la codicia que nació en su corazón engendró otros pecados, incluso hasta llegar a acabar con la vida del esposo de aquella mujer.
A través de esas dos historias podemos ver los daños que puede causar la codicia tanto a nivel familiar como social.
En nuestra sociedad vemos personas que están dispuestas a hacer cualquier cosa para obtener poder, dinero o placer, porque el deseo es más fuerte que ellos mismos. Pero ese no debe ser el motivo de los hijos de Dios.
En vez de movernos por nuestros impulsos, debemos ser movidos por la voluntad de Dios.
Jesús dijo que los malos deseos salen del corazón del hombre ( Mateo 15:19).
Por lo tanto cuidemos nuestros corazones porque de el mana la vida.
Guardemos de la codicia, que aunque parezca ser buena, al final traerá destrucción tanto a nuestra vida, como a los que nos rodean.
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